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El clérigo José Bersabé Bermudo, benefactor de la Parroquia de san Juan Bautista

A lo largo de su historia, la parroquia de San Juan Bautista recibió el apoyo y el patrocinio de señaladas figuras de la nobleza que habitaba en su feligresía. Están documentadas muchas de las importantísimas aportaciones económicas que, entre los siglos XV y XIX, hicieron posible notables creaciones artísticas que contribuyeron a hermosear el templo de San Juan, como las llevadas a cabo por la familia Castrillo, el conde de Valdehermoso de Cárdenas o los marqueses de Alcántara del Cuervo y de Peñaflor. Pero, además, los archivos ecijanos conservan testimonios que nos acercan a otros personajes históricos, menos conocidos, que también prestaron su modesta, pero decisiva, ayuda para la génesis de este rico patrimonio histórico. Este es el caso del religioso que hoy nos ocupa.

José Pablo Bersabé Bermudo fue un destacado clérigo cuya vida transcurrió a lo largo del siglo XVIII, uno de los periodos de mayor esplendor religioso, económico, social y artístico vividos por nuestra ciudad. Gracias al hallazgo de su testamento y al estudio de la valiosa documentación conservada en el archivo parroquial de San Juan podemos descubrir nuevos aspectos sobre una parcela desconocida de la religiosidad barroca ecijana.

 El día 29 de mayo de 1703 recibía las aguas del bautismo en la parroquia de San Juan un niño llamado José Pablo Miguel Antonio, que había nacido pocos días antes en la calle del Correo Viejo (actual Joaquín Francisco Pacheco). Era hijo de Agustín Bersabé y de Juana Bermudo, actuando como padrino del bautizo José de las Heras, jurado del Ayuntamiento de Écija En este domicilio permaneció durante sus primeros años de juventud y, entre 1729 y 1740, cuando ya desempeñaba algunos de los importantes cargos que ejercería a lo largo de su vida, fue vecino de Bernardino Garnica y de su hija Mónica Garnica, futura marquesa de Valdetorres, a quien deben su origen los famosos bizcochos Marroquíes. Cumpliendo su voluntad, el día 3 de enero de 1783 era enterrado en el monasterio de San Jerónimo del Valle1.

Dedicado desde temprana edad a la actividad religiosa, fue clérigo de órdenes menores, ex colegial teólogo del Colegio de las Becas de Sevilla, capellán de la parroquia de San Juan Bautista de Écija, familiar (1739) y notario (1741) del Santo Oficio de Écija y llegó a ser secretario del secreto del Santo Tribunal de la Inquisición de Córdoba. Por otra parte, en su ciudad natal ejerció como administrador de los bienes pertenecientes al mayorazgo fundado por Fernando de Aguilar Ponce de León y de Beatriz de Mendoza, su esposa, y de las posesiones ecijanas del conde de Gavia y del marqués de la Cueva del Rey. Además, avalado por el fuero eclesiástico que poseía, actuó como apoderado de la iglesia colegial de San Pedro de Lerma (Burgos), controlando las piezas eclesiásticas que en el arzobispado de Sevilla gozaba dicha iglesia colegial. Por último, fue compatrono del hospital de la Purísima Concepción de Écija, fundado por Juan Fernández Galindo.

El cargo de familiar del Santo Oficio no llevaba aparejada remuneración económica alguna; en cambio, sí otorgaba a su poseedor un estatuto jurídico exclusivo, así como importantes privilegios, exenciones y preeminencias sociales. Por otro lado, la principal función de los secretarios del secreto del Santo Oficio era la de generar una gran parte de las tipologías documentales expedidas en un tribunal de distrito. Despachaban con los inquisidores en la audiencia principal y anotaban cuanto sucedía, relacionado con los procesos de fe. También correspondía a ellos la misión de bajar a la sala de tortura y levantar acta de los tormentos que se aplicaban a los acusados ante el tribunal. Así mismo, se encontraban presentes en los votos de sentencia y notificaban el resultado al reo, por duro que fuese. Por último, debían dejar constancia del cumplimiento de dicha sentencia2.

A lo largo de su vida, y gracias a la relevancia de los prestigiosos puestos que ostentó, este clérigo ecijano acumuló un discreto patrimonio que le permitió llevar una existencia desahogada y que distribuyó con generosidad después de su muerte. Aparte del mobiliario doméstico, que no ha podido ser conocido al no ser mencionado en el testamento, consta que era propietario de un molino de aceite, dotado con capilla y todos sus pertrechos e instalaciones, y de 180 aranzadas de olivar situadas en los pagos de la Cañada del Moro, Navalaharza y Navalagrulla. El oratorio de este molino había sido construido en 1755 y poseía todo lo necesario para la celebración del sacrificio de la misa, así como un retablo decorado con las pinturas de Nuestra Señora y de San José, y una campana de bronce ubicada en el torreón mirador de dicho molino3. En la ciudad de Écija era dueño de una casa en la calle Corraladas (actual General Weyler), otras dos casas colindantes con la anterior, con acceso por calle Pedregosa y una casa con balcones miradores en la Plaza Mayor, cercana a la parroquia de Santa Bárbara.

El día 26 de enero de 1777 José Pablo Bersabé Bermudo otorgaba su testamento ante el escribano público de Écija Joaquín Antonio de Molina4. Para constituir el capital que hiciera posible el cumplimiento de sus mandatos, dispuso que sus albaceas vendieran en pública almoneda todas las alhajas, bienes muebles, aceites, granos, ganados y mobiliario que fueran de su propiedad en el momento de su muerte. Quedaban exentos de esta orden los bienes raíces, cuyos rendimientos periódicos se depositarían en un arca de caudales que se guardaría en la parroquia de San Juan Bautista y servirían para financiar los otros mandatos que dejaba estipulados. El arca disponía de tres cerraduras y sus llaves estarían en poder de los albaceas.

El conjunto de las disposiciones testamentarias ordenadas en este documento constituye un ejemplo muy representativo de últimas voluntades de personajes relevantes que, entre los siglos XVI y XVIII, abundan entre los cientos de miles de páginas que se custodian en el Archivo de Protocolos ecijano. Son significativos los casos de destacados miembros de la aristocracia local como los marqueses de Peñaflor, Alcántara del Cuervo o Cuevas del Becerro, del conde de Valdehermoso de Cárdenas y de otros personajes singulares como Lope Muñiz y Franco, Diego Luis Villalba o nuestro clérigo Bersabé. 

En este heterogéneo elenco de mandatos redactados por Bersabé Bermudo se incluyen temas tan variados como el enterramiento de su cuerpo, la multitud de misas que debían oficiarse en sufragio por su alma, las limosnas que serían repartidas tras su muerte, los legados testamentarios destinados a sus allegados o diversas asignaciones económicas previstas para fomentar el culto a determinadas imágenes devocionales de Écija, para costear obras de mecenazgo artístico en su parroquia de San Juan Bautista y para fundar un patronato perpetuo de misas.

Pese al vínculo que le unía con esa parroquia, y siempre que lo autorizaran los sacerdotes de la misma, José Bersabé ordenó que, tras su muerte, su cuerpo fuera llevado a la iglesia del monasterio de San Jerónimo del Valle. Allí debía ser velado durante veinticuatro horas bajo la escalera que subía al camarín de la Patrona de Écija; pasado este tiempo, estipulaba que el enterramiento se llevaría a efecto en el sagrario de la iglesia de dicho monasterio, bajo un altar que contenía el lienzo de Nuestra Señora de Valvanera, cubriendo la tumba con una lápida de piedra en su memoria.

En el apartado relativo a las misas que debían oficiarse para rogar por el eterno descanso de su alma y las de sus antepasados destinó la importante suma de 9.000 reales, con los que debían costearse 3.000 misas que serían rezadas en todas las parroquias de Écija, así como en los once conventos masculinos que, por entonces, existían en la ciudad. Para todos y cada uno de los religiosos del monasterio de San Jerónimo destinó una limosna individual de 20 reales, así como un donativo especial de 1.500 reales para el monasterio, en señal de gratitud por la misa y vigilia que debía celebrarse el día su entierro. Además, ordenó enviar un legado de 550 reales para costear la misa que debían rezar por su alma los franciscanos del convento de Nuestra Señora de los Ángeles que existía en Sierra Morena, en las cercanías de la villa cordobesa de Hornachuelos.

Además de las mandas pías habituales en los testamentos de la época (Niños Expósitos, Santísimo Sacramento, Purísima Concepción del convento de San Francisco, casamiento de huérfanas, Santa Misericordia, Santos Lugares de Jerusalén y redención de Cautivos), dedicó una partida importante al reparto de limosnas para personas necesitadas. En este sentido estipuló que se debía costear ropa nueva para 24 pobres (12 ancianos y 12 mujeres), entregando a cada uno de ellos, además, una limosna de 4 reales. También se darían 2 reales a cada pobre (hombre, mujer o niño) que el día de su entierro acudiera a rezar el rosario al monasterio del Valle, y un real a los que ese mismo día fueran a su domicilio de la calle Corraladas.

Otros legados económicos de importancia fueron destinados a ciertos personajes con los que tuvo relación a lo largo de su vida, como fueron Bonifacia Uriarte Arévalo, mujer de Manuel Silvestre Basaner y residente en Sevilla (9.000 reales), los sirvientes de su casa (100 reales), su ahijado Pablo de Escalera Melgar (600 reales), sus tres albaceas testamentarios: Martín de la Puerta, Diego Fernández de Oropesa, presbíteros en Écija, y Juan Fernández de Olea, vecino de Constantina (400 reales a cada uno) o su sirvienta Nicolasa Alemán (una pensión vitalicia de 1.100 reales).

Un capítulo destacado del patrimonio legado por José Bersabé permite ahondar en el conocimiento de su religiosidad, pues fue dedicado al fomento y acrecentamiento de sus devociones personales más queridas. En este sentido, destinó una partida suficiente para costear 24 libras de cera para el culto de la imagen de San José, que veneraba su hermandad homónima en la parroquia de Santa María. Además, dejó ordenadas mandas piadosas para ayudar al adorno de altares o costear alhajas y ornamentos para las siguientes imágenes: Nuestra Señora del Valle, patrona de Écija (1.500 reales), Nuestra Señora del Rosario, del Convento de San Pablo y Santo Domingo (1.500 reales) y Nuestra Señora del Buen Suceso, del convento de Santa Ana (300 reales).

El fomento del culto divino dentro de su parroquia de San Juan Bautista quedó garantizado mediante los legados destinados a costear mejoras, adornos o el dorado de varios retablos, como el mayor de la iglesia5 (1.500 reales) y los retablos de Nuestra Señora de la Antigua (550 reales), Santa Lucía (150 reales) y San Juan Nepomuceno (150 reales).

De la enajenación general del conjunto de bienes muebles y alhajas que adornaban su domicilio y el resto de sus propiedades fueron exceptuadas dos piezas singulares: una pintura de la Inmaculada Concepción y un reloj de oro. El cuadro de la Inmaculada, con su marco de madera dorada, fue destinado al convento de las Marroquíes (donde actualmente se conserva), para que recibiera veneración en el coro de su iglesia; en este sentido, recordemos que debió existir un evidente vínculo de amistad con su antigua vecina, Mónica Garnica, marquesa de Valdetorres, que había fallecido en 1772. El reloj de oro, con su cadena y una caja del mismo metal, junto con un legado adicional de 750 reales, debían ser entregados a la parroquia de San Juan Bautista para la ejecución de un copón de oro. Esta pieza de orfebrería fue realizada en 1784 por el platero ecijano José Franco Hernández Colmenares, como acredita la inscripción que aún hoy lo adorna.

El testamento de José Bersabé Bermudo finaliza con una última disposición relativa a sus devociones más queridas. Como ya mencionamos, la almoneda de sus bienes tampoco afectó a los inmuebles principales (molino, olivares y casas), cuyas rentas anuales debían servir para financiar la fundación de un patronato compuesto por cuatro memorias perpetuas de misas en su parroquia de San Juan. La primera, dedicada a San José, debía celebrarse los días 19 de cada mes del año; la segunda se efectuaría todos los días 29 de mayo, por ser ese el aniversario de su bautismo; la tercera era un conjunto de 20 misas que mensualmente debían oficiarse a cargo de la hermandad de las Benditas Ánimas de San Juan; la cuarta incluía una misa en todas las fiestas dedicadas a la Virgen María: Anunciación, Concepción, Asunción, Natividad, Presentación y Desposorios.

1 ARCHIVO PARROQUIAL DE SAN JUAN BAUTISTA, libro 14, f. 14r y libro 68, f. 148r. Véase MARTÍN OJEDA, Marina. GARCÍA LEÓN, Gerardo: La marquesa de Valdetorres y los Bizcochos Marroquíes. Dulces de clausura de Écija. Écija, 2022, pp. 42 y 55.

2 SANTIAGO MEDINA, Bárbara: “Los señores del secreto: historia y documentación de los secretarios del Santo Oficio Madrileño”. Paseo documental por el Madrid de antaño. 2015, pp. 349-374.

3 MARTÍN PRADAS, Antonio. CARRASCO GÓMEZ, Inmaculada: “La desaparición de un patrimonio rural. Los oratorios públicos y privados en la campiña ecijana”. Actas de las II Jornadas de Protección y Conservación del Patrimonio Histórico de Écija: patrimonio inmueble urbano y rural, su epidermis y la ley de Protección. Écija, 2005, pp. 97-164.

4 ARCHIVO DE PROTOCOLOS NOTARIALES DE ÉCIJA, leg. 2912, ff. 125r-143r.

5 Aunque había sido llevado a cabo, en su mayor parte, en 1768 por Salvador Martínez, este retablo aún permanecía sin concluir en 1777. Entre otros adornos, poseía dos nichos con las esculturas de San Juan Bautista y la Purísima Concepción, así como un sagrario manifestador (Véase HERNÁNDEZ DÍAZ, José. SANCHO CORBACHO, Antonio. COLLANTES DE TERÁN, Francisco: Catálogo arqueológico y artístico de la provincia de Sevilla, Tomo III, Sevilla, 1951, p. 306.